jueves, 26 de agosto de 2010

A pasos de Tv



Puedo definir con claridad que mis más marcados recuerdos de infancia pertenecen a un televisor Hitachi con scrol análogo y diseño en madera osca, que se prendía justo después de terminar con premura y descuido las tareas del colegio y se apagaba cuando salían algunas líneas de colores al final de la transmisión.
La radio había sido patrimonio exclusivo de mis padres y el internet me resulto demasiado reciente para rememorar nostalgias; La televisión fue un nicho perfecto para nuestra infancia traviesa y colmada de objetos potencialmente dañinos, cosa que en palabras de Lavoe se resumiría en la letra de su canción “Cancer” del álbum Reventó, 1985, gravado aun bajo el sello de Fania Records:



“Todo a tí te da cáncer,
todo a tí te da cáncer...
no hay cura no hay respuesta,
todo a tí te da cáncer.
No toques eso, no trates de reír
tomate esta pastilla
el doctor lo quiere así.
No trabajes tan fuerte ten cuidao.
No planees la sepultura
cuidao coco pelao.
"Oye te voy a decir una cosa
no trabajes por la noche,
no duermas por el día,
te vas a sentir bien,
no tomes cafeína porque
mira te da cáncer,
todo, todo ahora da cáncer"


Era, sin lugar a dudas, la televisión, la única actividad en la cual no sentíamos la respiración agitada de nuestros policías paternos, muy porque además no podían someter a juicios la selección de lo que veíamos por razones tan obvias que no merecían explicación. O, ahora me pregunto, ¿será que alguien pensó que Winnie Pooh era un psicópata en potencia? O ¿será que Barnie definitivamente mandaba señales de humo con la declaración de su sexualidad o era mejor la campaña de expectativa del Viagra?
Hasta esa etapa la televisión solo dañaba la vista y estos males, por demás, estaban vistos como males de daño menor por su alto índice de corregibilidad.




Luego llego la etapa de la sangre con la trilogía de Dragón Ball (incluido el GT ramera) y la interpelación de sus contenidos coincidía perfectamente con los sueños engrandecidos de una infancia precoz que ya con Superman y Batman había degustado los leves indicios del poder sobrenatural del cuerpo, la saga en cuestión fue un salto desde lo simple e inocente a lo complejo e intencionado. Había sucedido algo similar con la saga de Súper Campeones algún tiempo atrás, jugando con mi sueño perpetuo de ser futbolista y de colmar canchas con un “talento propio” que no iba más allá de saber que era incapaz de hacer filigranas; incapaz de labrar jugadas; incapaz de cobrar pelotas quietas, tampoco en movimiento las resolvía; incapaz de hacer goles y, por el contrario, bastante capaz de hacerlos en meta propia; incapaz de dar testases e incapaz de hacer mas de 2 cosas bien en el mismo partido… por todo lo demás siempre fui muy buen jugador.




A propósito del futbol, recuerdo que después de la tercera celebración de los nuestros en Buenos Aires, ante la vista estuporosa de la platea popular del Monumental, se terminaron de encender los pocos televisores que había en la isla de San Andrés y al final, hasta mi papa, un ateo acérrimo del futbol, se unió a la fiesta en una caravana de motos, pitando al unisonó cual correcaminos. Aun puedo recordar el alarido humano (no profesional) del William Vinasco Che narrando con desespero el último de los cinco y contando con el pecho hinchado y su mano en el corazón, casi como si cantara el himno, que Maradona aplaudía al “Mono” bendito.

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